Andrés
caminaba distraído por el sendero, hacia un recuento mental de todas sus
conquistas, «cuán bueno fue Dios al darme semejantes dones físicos», se decía
como todo varón orgulloso de ser un macho, un ejemplar digno de su especie.
Mientras se relamía de forma mental, una
mujer le observaba desde unos metros atrás, después de unos momentos ella apretó
un poco el paso con la intención de estar a su lado. Andrés salió de su trance
al percibir el perfume, volteó y se sorprendió ver un hermoso rostro femenino
que le miraba con una pícara sonrisa. La miró de pies a cabeza, tenía un
vestido negro muy ceñido cuyo largo apenas le rebasaba la pelvis, dejaba ver
sus desnudas piernas blancas que terminaban en calzados de plataforma, muy
apropiados para caminar sobre el sendero, un saquito sastre le daba una
apariencia de elegancia juvenil. «Pero, qué tronco de mujer» se dijo para si.
Ella, sin una pizca de vergüenza, se mordió ligeramente los labios y le hizo
una invitación con un gesto de cabeza señalando el bosque y con un sutil
susurro le preguntó «¿Quieres perderte conmigo?» Andrés la tomó de la cintura
con firmeza varonil en tanto ella mantenía su mirada en sus ojos con su sensual
sonrisa.
Ya perdidos en el bosque, Andrés se
despojó del saco y aflojó su corbata. Ella hizo lo mismo con su saquito, giró
un poco el rostro mientras mantenía sus ojos fijos en los de él, alzó
ligeramente las manos y las abrió hacia fuera dando un claro mensaje que su
cuerpo sin resistencia estaba dispuesto al ataque desde cualquier flanco. Andrés
se le abalanzó como una fiera dispuesta a devorarla. La cogió de la cintura,
sus labios efusivos besaban los de ella quien, con los ojos cerrados, deslizaba
sus dedos por los cabellos del atacante. Andrés posó sus manos sobre sus firmes
nalgas como si quisiera agarrar el mundo en su totalidad, la masajeó unos
instantes para luego llegar a sus tersos muslos. Sus labios ya no besaban los
de ella, ahora recorrían sus mejillas, su cuello, sus pequeños pechos semejantes
a los de una bailarina de ballet.
Las candentes manos de Andrés arrancaron
de un tirón las femeninas bragas, ya era un conquistador implacable cuya mano
tomaría el territorio prohibido; ella, completamente encendida, abrió el compás
dejando al descubierto el ángulo cuidadosamente rasurado y en simultáneo él
cogió con su gigante mano el volcán a punto de explotar.
Andrés abrió los ojos, aquel volcán le
era familiar... muy familiar. La soltó, la empujó, miró su mano con los ojos
completamente abiertos.
─¿Qué te sucede? ─preguntó ella con voz
ligeramente ronca.
─Creí que eras mujer.
─Y yo creí que te gustaba.
Un grito varonil de macho burlado atravesó el bosque como un estilete.