lunes, 5 de febrero de 2018

En el bosque, Andrés...



Andrés caminaba distraído por el sendero, hacia un recuento mental de todas sus conquistas, «cuán bueno fue Dios al darme semejantes dones físicos», se decía como todo varón orgulloso de ser un macho, un ejemplar digno de su especie.
      Mientras se relamía de forma mental, una mujer le observaba desde unos metros atrás, después de unos momentos ella apretó un poco el paso con la intención de estar a su lado. Andrés salió de su trance al percibir el perfume, volteó y se sorprendió ver un hermoso rostro femenino que le miraba con una pícara sonrisa. La miró de pies a cabeza, tenía un vestido negro muy ceñido cuyo largo apenas le rebasaba la pelvis, dejaba ver sus desnudas piernas blancas que terminaban en calzados de plataforma, muy apropiados para caminar sobre el sendero, un saquito sastre le daba una apariencia de elegancia juvenil. «Pero, qué tronco de mujer» se dijo para si. Ella, sin una pizca de vergüenza, se mordió ligeramente los labios y le hizo una invitación con un gesto de cabeza señalando el bosque y con un sutil susurro le preguntó «¿Quieres perderte conmigo?» Andrés la tomó de la cintura con firmeza varonil en tanto ella mantenía su mirada en sus ojos con su sensual sonrisa.
      Ya perdidos en el bosque, Andrés se despojó del saco y aflojó su corbata. Ella hizo lo mismo con su saquito, giró un poco el rostro mientras mantenía sus ojos fijos en los de él, alzó ligeramente las manos y las abrió hacia fuera dando un claro mensaje que su cuerpo sin resistencia estaba dispuesto al ataque desde cualquier flanco. Andrés se le abalanzó como una fiera dispuesta a devorarla. La cogió de la cintura, sus labios efusivos besaban los de ella quien, con los ojos cerrados, deslizaba sus dedos por los cabellos del atacante. Andrés posó sus manos sobre sus firmes nalgas como si quisiera agarrar el mundo en su totalidad, la masajeó unos instantes para luego llegar a sus tersos muslos. Sus labios ya no besaban los de ella, ahora recorrían sus mejillas, su cuello, sus pequeños pechos semejantes a los de una bailarina de ballet.
      Las candentes manos de Andrés arrancaron de un tirón las femeninas bragas, ya era un conquistador implacable cuya mano tomaría el territorio prohibido; ella, completamente encendida, abrió el compás dejando al descubierto el ángulo cuidadosamente rasurado y en simultáneo él cogió con su gigante mano el volcán a punto de explotar.
      Andrés abrió los ojos, aquel volcán le era familiar... muy familiar. La soltó, la empujó, miró su mano con los ojos completamente abiertos.
      ─¿Qué te sucede? ─preguntó ella con voz ligeramente ronca.
      ─Creí que eras mujer.
      ─Y yo creí que te gustaba.

      Un grito varonil de macho burlado atravesó el bosque como un estilete.

lunes, 9 de marzo de 2009

Monólogo de un perro

Ahí está mi dueña, ¡Qué linda es! Yo la quiero mucho. Siempre estamos juntos pues me lleva a todas partes. ¡Qué vida tan maravillosa tengo! ¡Soy muy afortunado!

Hoy, fue un día muy extraño. Por la mañana, mi dueña estaba sentada con su amigo en ese parque. Olí un aroma en una de las patas de la banca que me puso muy excitado, y, mucho más, cuando vi pasar una hermosura de hembra que parecía hecha de algodón. Al pasar por mi lado pude reconocer ese aroma que me excitaba y comencé a jadear como loco. Me dio ganas de rozar mi entrepierna y creí que la tela suave del amigo de mi dueña calmaría esta ansiedad. Me trepé a su pierna, me sostuve con mis patas delanteras y comencé frenéticamente a sobarme !Ay, que agradable sensación!

A ese humano parecía gustarle también, porque me miraba sonriente, e incluso me empujaba suavemente y el roce me calmaba un poco más, hasta que mi dueña con firmeza me ordenó que me detuviera. ¿Qué podía hacer? Es mi dueña y yo la quiero mucho, además, ya la ansiedad se me había ido un poco. Ella se despidió de su amigo y nos fuimos. No sé por qué estaba tan molesta. "¡La muy desgraciada! ¡Maldita hipócrita! Me engañó muy bien con esa cara de mosca muerta" –iba refunfuñando todo el camino de regreso a casa.

Ya en nuestra casita. "Voy a darme una ducha, cariño, espérame acá" –me decía mientras me acariciaba-, y yo le doy un ¡Guau! diciendo que la entendía. "¡Buen chico! Ahí tienes una galletita" –y yo dos ¡Guau, guau! más-. Y se fue al baño. ¡Qué ricas galletas! Mi casa es el paraíso y mi dueña una diosa.

…Una hora después…

Mi dueña, echada bocabajo con su bata, marca un número en su celular. “¿Linda? ¡Hola mujer! ¿Te acuerdas de Josefina?...” Yo no entiendo nada, sólo la miro atento. Ella alza la voz, agita las manos hacía arriba. Yo sigo atento al rostro de mi amada dueña. Luego, su voz tiembla y se apaga un poco mientras se limpia unas gotas de agua de sus mejillas. Yo me siento triste. De pronto, se me ocurre hacerle un truco, me paro sobre mis patitas traseras, doy una vuelta y le doy un ¡Guau! mientras junto mis patitas delanteras y las muevo para decirle que me mire. Ella sonríe y me da un beso volado.

"De acuerdo, Linda, vente con la perra de Josefina y aquí la destrozamos." ¡Guau! Yo sonrío inquieto, ya me siento ansioso, ¿cómo será la perrita de su amiga? A lo mejor es la misma hecha de algodón que vi por la mañana. No puedo esperar, no puedo esperar. Y comienzo a dar vueltas y mi cola no deja de moverse. "¿Qué te pasa cariño?" -me pregunta-, y yo le doy tres ¡Guau, guau, guau! Para decirle que estoy ansioso por ver la perrita de su amiga, y ella, con una hermosa sonrisa, sólo me dice "¡Perrito loco!".

…Dos horas más tarde…

Mi dueña está bien vestida, con un lindo peinado y maquillada bellamente. "Cuando te enfrentes a tu enemigo siempre debes verte mejor que él" -ella me dice-, y yo no entiendo nada. Sólo sé que está muy hermosa y yo ansioso por ver a la perrita de su amiga.

Suena el timbre, ella se asoma al mirador y exclama "¡Llegó Linda con esa perra de Josefina!" Y empiezo a dar vueltas, no puedo esperar, no puedo esperar, ¿cómo será?, ¿cómo será? Se abre la puerta "¡Pasen!" -les dice mi dueña- Y yo busco la perrita, pero no veo nada. ¿Será que se quedó afuera? Salgo para ver y mi dueña cierra despacio la puerta detrás de mí. ¿Dónde está la perrita de su amiga? No hay nadie. Escucho voces sonoras dentro de mi casa. ¿Qué pasa? ¿Por qué mi dueña está gritando? "¡Eres una maldita perra!" ¿Por qué maldita, si no hay ninguna perrita? ¡Ay! Mejor espero aquí en la puerta hasta que me abran.

…Pasan veinte minutos…

Se abre la puerta. "¡Adiós, estúpida! ¡Esperamos no verte más!" -le grita mi dueña a su amiga que se aleja presurosa- Linda está con ella, ambas muy molestas, y yo sin entender. "¡Pasa, cariño!" me dice con su sonrisa de niña triunfadora. ¡Ah, mi dulce casita!

Enrique Orellana

lunes, 23 de febrero de 2009

Monólogo de un universitario de filosofía

Tendido sobre mi cama, mi lugar predilecto para ausentarme del mundo y sus ruidos…. Un par de resortes hincan la parte más blanda de mi espalda haciéndome recordar el urgente reemplazo.

¿Dónde está mi libro de filosofía, el minigyn para mi músculo mental? ¡Bah! Debe estar en el librero metido como una cuña entre Aristóteles y Platón, mintiendo sobre ética y fantaseando sobre materialismo.

¡Qué bonita era aquel caramelito del bus! Su carita ovalada, ojos almendrados. ¡Hay, Dios mío! Y ese cerquillo, y esos labios pintados de rosa. Pero, ¡qué bien estaba la niña!

Yo sé que le gustaba, hice la prueba del distraído y cayó redondita en la trampa. Miré por la ventana como interesado en alguna cosa, y ella no perdió el tiempo para una rápida inspección. ¡Ja, ja! Ni cuenta se daba que la observaba de reojo. Y yo firme en mi actuación de distraído. Y, ahí otra vez, una segunda inspección, esta vez sobre mi cara. ¿Qué pensaría el bomboncito? “¡Qué bueno está el chocolatito!”, supongo, o mejor “¡Está para comérselo con zapatitos y todo!” ¡Ja, ja! ¡Qué divertido!

Y luego, el detalle de voltear despacio como si no supiera lo que sucede a mi alrededor y ella girando la cara con rapidez tratando de hacerse la desentendida.

Ahora me toca a mí –me dije-: La primera inspección de rigor, la de cuerpo completo. Botines negros de punta de alfiler, blue jeans muy bien calzado, blusa blanca y chaqueta negra de corduroy, ¡Ah! Y sus ojos, ¡qué ojos, por Dios!

Sé que se daba cuenta que la observaba, pues se reacomodaba en el asiento, y se cerraba más la chaqueta mientras seguía firme haciéndose la distraída.

La situación ya estaba para el siguiente paso: llamar su atención. Tiraría al suelo mi tarjeta, me agacharía para recogerla y le preguntaría si no era suyo. Ella me contestaría que no, y yo inocente me calificaría de tonto y se la ofrecería de regalo.

Y así lo hice, tire mi tarjeta, pero con tan mala suerte que cayó debajo de mi asiento y al querer buscarla el vehículo frenó y me golpeé la cabeza, ella se sonrió y se bajó del bus. ¡Qué vergonzosa situación! ¡Já! ¡Estúpido de mí!

Debo practicar cómo tirar mi tarjeta con mejor estilo. ¿Dónde estará mi libro de filosofía?

Enrique Orellana